“Debajo
del lago, la lala lala”, cantaba un hombre viejo de barba amarillenta.
Juan ignoró la interrupción, molesto, y siguió
leyendo el periódico, sentado en su banco del Retiro a la luz
del atardecer.
El hombre se marchó, pero volvió al cabo de un rato, entonando
la misma parte de la cancioncita: “Debajo del lago, la lala lala”.
Juan dobló el periódico y miró con ira al viejo,
que se alejaba ya.
Pasó otro rato, y de nuevo Juan oyó aquello de “Debajo
del lago, la lala lala”, entonado esta vez detrás de él.
Se levantó y le espetó, furioso, que se esfumase de una
vez y dejase de cantar eso.
Una hora después, el viejo no había vuelto a aparecer,
pero Juan estaba nervioso. Cantaba para sus adentros la cancioncilla
y no conseguía callarla.
Dos horas más tarde se levantó, desesperado. Necesitaba
cantar la canción completa, más allá de la primera
estrofa. Corrió por el parque, buscando al viejo. Preguntó
a todas las personas y recorrió todos los paseos. Dentro de su
cabeza no hacía más que repetir: “Debajo del lago,
la lala lala”. Sabía que enloquecería si no averiguaba
cómo seguía.
Por fin le vio, caminando alegre. Corrió hacia él y le
rogó que cantase la canción entera. El viejo, sin dejar
de andar, le miró y se rió, y a continuación cantó:
“Debajo del lago, la lala lala. La lala lala la, la lala lala...”
Y mientras el viejo se alejaba, muriéndose de risa y remarcando
sus “la lala lala”, Juan se le quedó mirando, pasmado,
sin poder dejar de repetir la primera estrofa en su cabeza una y otra
vez.
[volver al index]
© ::Daniel Pérez Espinosa:: yambria
:: barcelona :: 2005
|