Tal vez me hubiese
sido más sencillo contarlo si hubiese escrito un poco cada día,
como un diario, pudiendo reflejar más fielmente lo que sentía
en cada momento, con las diferentes elucubraciones e ideas que se me
iban ocurriendo según iban ocurriendo los eventos. También
se me olvidarán las frases y los hechos estarán distorsionados.
Pero no siempre tuve a mano un ordenador, o no tuve ni el tiempo ni
la tranquilidad suficiente para hacerlo. Ahora parece que va a haber
finalmente un desenlace, en espera de un juicio que se ha aplazado ya
dos veces.
Había estado viviendo ya casi tres años en Marruecos.
Mi primer trabajo. Trabajé antes casi tres meses (tres también)
en Madrid, pero no creo que eso cuente. El que era mi jefe estaba siempre
en el extranjero, y debí de hablar con él menos de diez
veces en todo ese tiempo. En Rabat tenía casa, y me iban bastante
bien las cosas en “el reino alauí”, como dicen los
cursis. Me pude comprar un pequeño piso en Madrid.
Tuve dos inquilinos antes de este último. El primero era un abogado
o algo parecido de Barcelona. Al final no salieron los negocios que
quería su empresa, y nunca llegó a vivir en el piso. El
inquilino perfecto. La segunda era una arquitecta, que dejó antes
de lo imaginado el piso, sorprendida por una maternidad inesperada.
Últimamente hay muchas maternidades a mi alrededor.
Estando yo en Marruecos, delegué en una empresa inmobiliaria
para conseguir el inquilino, y hacer todos los trámites del alquiler.
Mi madre podía firmar por mí, habiéndole dado yo
un poder para ello.
Tras la inesperada marcha de mi inquilina, hubo que buscar nuevo inquilino.
En verano la cosa estaba regular, y tuve que insistir bastante con los
de la inmobiliaria. Cuando ya estaba volviendo a Marruecos, en Barajas
me llamaron y dijeron que ya había alguien que quería
entrar a vivir. Era una pareja de ecuatorianos, él trabajaba
en una pequeña empresa de arreglos, y ella era ayudante de cocina.
Me alegré de tener nuevamente inquilinos, me permitía
poder irle comprando menos penosamente los metros cuadrados de mi casa
al banco.
Al mes y medio, recibí una llamada de la arquitecta, sorprendida
de recibir todavía en su cuenta facturas del gas. Yo también
recibí facturas de electricidad del piso. Cambié la domiciliación
de las facturas de gas a mi cuenta, y llamé al número
del nuevo inquilino. A pesar de insistir varios días, siempre
me respondía la voz del contestador, donde finalmente dejé
un mensaje pidiendo que me pagase las facturas y que cambiase la domiciliación
bancaria de los suministros.
Dos meses después, ya estaba en España, sin saber cuanto
tiempo iba a durar mi estancia en Madrid, pero seguro de que iba a ser
corta. No sabía cual iba a ser mi próximo destino ¿Grecia?
¿Chipre? ¿El Cairo? ¿Gales? Mejor no elucubrar,
y prepararme en cuanto se supiese con más certeza.
Sorprendido, unas semanas después, recibí más facturas
del piso. El alquiler si lo recibía bien, lo cual hacía
menos oneroso la hipoteca. Repetí las llamadas, sin poder hablar
con el inquilino, pero dejando otro mensaje. Visité el piso para
dejar una carta con los detalles de lo que se me debía, y las
indicaciones para cambiar las cuentas de los suministros.
continúa
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