No he cogido nunca la gripe y hacía unos diez años que
no tenía fiebre, así que, ya puestos, si tengo que romper
con mi récord, que sea a lo grande.
Sí señor, una neumonía con recaída!
Total, que llevo más de una semana encerrada en casa, en compañía,
básicamente de mis propios microbios.
Mi inexperiencia como enferma me había hecho pensar que su parte
positiva, en tanto que no puedes moverte de casa, consiste en que tienes
todo el tiempo del mundo para ordenar tus papeles y tus cosas, cocinar,
bajar del altillo la ropa de entretiempo y de paso tirar la que no vas
a usar, leer... Claro, no había estado nunca toda una semana
en casa enferma! Y no me imaginaba que precisamente porque te encuentras
fatal se te quitan las ganas de todo (hasta de comer!), con lo que sólo
puedo intentar sortear la peor programación televisiva, ya que
ni siquiera me veo con suficientes fuerzas para bajar al videoclub.
En uno de estos programas de tarde, rollo magazine, estaban discutiendo
sobre si las mujeres somos así o asao cuando conocemos a un hombre,
y que los hombres son así o asao cuando conocen a una mujer.
He recordado que también hace días hablaban sobre las
infidelidades de hombres y mujeres, y que si los hombres son más
o menos blablabla o las mujeres más o menos blebleble.
En definitiva, a la conclusión que llegan siempre los parlanchines
de estos debates, es que las mujeres somos más inteligentes.
Y en esto están siempre de acuerdo ambos bandos. Es como si nos
dieran el premio de consolación por todo lo grande: como está
claro que los hombres son más fuertes que las mujeres, diremos
que ellas son más inteligentes.
Bueno, a todo el mundo le gusta que les regalen los oídos, así
que hago ver que se basan en teorías científico-biológicas
complicadísimas y contrastadísimas. Pero ya me empiezo
a mosquear, cuando además se añade que somos unas grandes
estrategas en todo lo que hacemos y que Napoleón era un mequetrefe
a nuestro lado, cuando de conquistar a un hombre se trata.
Cuando se habla en este tono, suelo mirarme a mí misma (vaya
pinta que debo hacer!) y pienso que es fantástico que las mujeres
seamos tan magníficamente estupendas, además por naturaleza
propia, pero hay algo en mí que no acaba de comulgar con todo
esto.
Así que, a pesar de mi aspecto y mi moral tirados por el suelo
(me puedo morir de una neumonía?), me levanto del sofá
y remugo ‘basta ya!!’ ‘vivan las piltrafillas!’.
También pienso en que con la biología de mi lado, también
es una pena no ser una napoleona para poder conseguir a ese chico con
físico bradpittiense y con alma e inteligencia vázquezmontalbaniana.
(Jo! Qué pena ser una piltrafilla!)
También es una pena no haber sido la primera de la clase (como
se supone que somos las mujeres)... y de hecho me parece recordar que,
a pesar de haber muchas chicas muy brillantes en mi carrera, el par
de megacracks eran chicos.
Y todo esto me lleva a pensar que realmente ni me veo yo, ni a ninguna
de mis amigas ni conocidas como Madammes Curies o como unas estrategas
napoleónicas. De acuerdo, yo soy patosa y soy patosa absolutamente
en todo, otras son más hábiles, otras sencillamente se
lo montan fatal, casi todas somos inteligentes, alguna que otra un poco
tontorrona... pero somos así, preocupadas porque tenemos celulitis
y porque no hay paz en Oriente Medio. Sencillamente, piltrafillas, unas
más que otras, unas en unos asuntos y otras en otros.
Y finalmente llego a mi propia conclusión: el tongo claro en
la otorgación del premio de consolación: sí, sí,
vosotras sois la hostia de listas, estrategas (ya de paso retorcidas),
inteligentes, guapas y estupendas, aunque nosotros seamos más
fuertes y ocupemos (casi) siempre los mejores cargos y cobremos mejores
sueldos.
© iolanda villar:: yambria :: barcelona :: 2005
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