-¿Te gusta tu decisión?
La otra mujer le habla. Ella sonríe mientras juega en el patio
interior con un balón grande, ligero, naranja, lanzándolo
varios metros hacia arriba. Toca las ventanas cerradas del edificio
y luego baja despacio. Ella contesta. Es exactamente igual que la otra
mujer, pero rubia.
-Sí.
La otra mujer la mira, inexpresiva; no se mueve. Ella lanza el balón
nuevamente hacia arriba y espera a que caiga. La otra mujer se marcha.
En el patio no se oye nada, sólo los pasos de la otra mujer.
Todos duermen la siesta. Una franja de sol ilumina las pisos superiores.
Los inferiores están en sombra. Es verano. Ella mira el balón
y le da vueltas con las manos, observando toda la superficie. Sonríe
alegre. Vuelve la otra mujer.
-¿Estás segura de que te gusta?
Ella no se vuelve hacia la otra mujer, sólo gira el balón.
Después contesta sin dejar de girarlo.
-Sí.
La otra mujer mira hacia arriba. Todas las ventanas están cerradas.
Hay muchas prendas blancas colgadas en los tendederos. No hay viento
que las mueva. La otra mujer se agacha y levanta una trampilla de cemento
gris en mitad del patio.
-Entonces, salta cuando quieras.
Se va.
Ella vuelve a lanzar el balón hacia lo alto. Toca una ventana
al subir, y otra al bajar. Lo coge antes de que toque el suelo. Le quita
una mancha de polvo. Después se gira y camina hacia la trampilla,
sin dejar de sonreír. Llega hasta el borde, se agacha y mira
dentro. Está muy profundo, totalmente negro. No ve el fondo.
Le parece que huele mal. Deja el balón a un lado y se recoge
la falda para saltar.
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